En Lugar Del Tiempo [ Gabriel Schmitz ]

El tiempo. Siempre vuelvo al tiempo.
Si es como creo y el origen de mi trabajo se encuentra allí, en un intento de refutar el tiempo como absoluto, se entiende que mi pintura no se puede situar del todo en un contexto contemporáneo. El impulso que me mueve es demasiado arcaico. Aun así estoy inmerso en mi tiempo, expuesto a sus estímulos, por eso es inevitable que mi pintura sea de ahora. Mis influencias, la inmensa cantidad de imágenes accesibles, el viaje como búsqueda de inspiración al alcance de cualquiera, el cine… Todo eso, en otro tiempo, se me habría presentado de otra manera, condicionando mi trabajo.
Inmerso en mi tiempo, expuesto a ello. Elegirlo como materia prima, o ser elegido por él, me libera de tener que definir un concepto o de guiarme por una intención preconcebida. Si tengo que elegir entre mis intenciones y lo que me propone un cuadro siempre le hago caso al cuadro, ya que es allí donde pueda suceder algo que no esté previsto. No es mi intención revelarle nada a nadie, lo que busco es que las cosas se me revelen a mi. Luego, si no vuelvo a perder lo revelado, el hallazgo se queda a la vista y se puede compartir.

La danza y la escritura. A primera vista parecen alejadas de la pintura, pero si tuviera que situarme, me situaría cerca de allí. Otra vez fuera de lugar, pero a gusto.
Siento la danza al verla. Con el tiempo se ha convertido en una de mis temáticas más recurrentes. Dice Pina Bausch que no le interesa saber cómo se mueve un cuerpo sino qué es lo que le mueve. A mi como pintor tampoco son los cuerpos en si que me interesan. Pero lo que llegan a expresar a menudo me conmueve de tal manera que siento la necesidad de hablar de esa conmoción, de darle forma. No sé hablar con mi cuerpo, el mío habla un idioma confuso, pero con el tiempo creo que he empezado a conseguir hablar a través de la imagen pintada.

Intento trabajar a partir del recuerdo, apoyándome en todo tipo de material, programas, recortes de prensa etc., pero lo que en el fondo me guía es la resonancia que ha dejado lo visto en mi. No intento ilustrarlo sino volver a encontrarlo en el único idioma que domino lo suficiente como para no fracasar de antemano: la pintura.
Con la escritura siento una empatía semejante.
Igual que la danza, la escritura se mueve por el tiempo.
La pintura también depende del tiempo; en el proceso del trabajo la tela se impregna de materia, pigmentos y óleo, pero también de tiempo.
Sólo que una vez acabado el cuadro se aprecia de un modo instantáneo. Aunque la contemplación se puede prolongar, el impacto inicial del encuentro con un cuadro es inmediato.
En la escritura el proceso de creación y su apreciación, la lectura, se parecen, tal vez no en su duración, pero en su esencia indudablemente sí, un moverse por el texto a la vez que por el tiempo, un descifrar lineal del código del lenguaje.
En la pintura, “escritura” y  “lectura” difieren, los avances y retrocesos del cuadro quedan ocultos, todo se acumula en el espacio de la tela. El lento devenir de la imagen, su gestación… Aunque lo descartado, lo perdido y lo que es imposible mantener dejen su huella que se intuye en la pintura, el resultado final, lo ya inalterable, es instantáneo, es lo que es y se proclama como tal.

Otra vez el tiempo. Reflexionando sobre lo que para mi significa la pintura siempre vuelvo a él y lo llego a entender casi como un concepto espacial: si el tiempo fluye de una manera horizontal, imparable e indiferente, un cuadro es como un punto en el que confluyen varias corrientes de tiempo. El tiempo hipotético de la imagen de referencia (no importa cual sea su origen, cada uno viene con su propio contexto temporal); luego está el tiempo de mi trabajo físico en el estudio, que como subcorriente tiene el tiempo múltiple de recuerdos, visuales u otros, que surgen en mi mente y alimentan el cuadro; y finalmente está el tiempo propio de quien se encuentre delante del cuadro, sin el cual se quedaría inconcluso.
(Es allí donde reside el valor de la pintura, en esa capacidad de completarse cada vez de nuevo, de adentrarse en el espectador y concluir dentro de él, haciéndole partícipe en el momento culminante de su creación.)
Todos esos tiempos confluyen en el cuadro, y aunque el tiempo de siempre siga implacable, el cuadro se sitúa fuera de él, llevándole la contraria, dando lugar a esa sensación efímera pero infinita de alivio cuando el tiempo se queda suspendido, cuando un presente se convierte en presencia.

Enviat per: Gabriel Schmitz - Data: 21/10/10